La Selección sin alma: dudas, silencios y un futuro en juego

La selección nacional atraviesa uno de esos momentos que no se olvidan fácilmente, no por lo glorioso, sino por lo desconcertante. El reciente partido amistoso contra El Salvador dejó más que un empate con sabor a derrota táctica o técnica: dejó una sensación de vacío, de equipo sin alma, sin rumbo y, sobre todo, sin convicción.

No es la primera vez que la azul y blanco ofrece una presentación gris desde la última edición de la Copa Oro donde si dejó un buen sabor de boca, y aunque los amistosos se diseñan para probar esquemas y jugadores, lo mostrado en la cancha ha sido preocupante. No se trata sólo de perder o empatar, sino de la forma en que se hace. Y en este caso, la forma fue sencillamente lamentable.

A esto se suma un ingrediente que ha encendido la suspicacia de muchos: Luis Fernando Tena no terminó dirigiendo el encuentro desde el banquillo. En su lugar, Chava Reyes tomó el timón en la segunda mitad. Esta situación, lejos de disipar dudas, las multiplica. ¿Fue una decisión planificada? ¿Un desacuerdo interno? ¿Una forma simbólica de mostrar rechazo al partido contra El Salvador? Nada ha sido aclarado oficialmente, y el silencio, cuando hay tanto desconcierto, se convierte en un ruido ensordecedor.

Luis Fernando Tena no terminó dirigiendo el encuentro desde el banquillo… ¿Fue una decisión planificada? ¿Un desacuerdo interno? ¿Una forma simbólica de mostrar rechazo al partido contra El Salvador?

Tampoco ayuda que los jugadores se hayan mostrado desubicados en el terreno. Cambios de posiciones inusuales, falta de presión alta, escasa verticalidad y un preocupante exceso de toques laterales y retrocesos en medio campo. Como si nadie supiera muy bien qué hacer. La displicencia fue evidente, y eso, en el deporte más pasional del país, es imperdonable.

Nos acercamos a la eliminatoria mundialista y a una nueva edición de la Copa Oro. El margen de error se reduce, y los rivales, aunque no tengan el mismo peso histórico, no deben ser subestimados. Este viernes, por ejemplo, enfrentamos a una selección de República Dominicana que, aunque tiene un par de jugadores con experiencia en filiales de clubes grandes como Real Madrid y Barcelona, proviene de un contexto donde el béisbol es el rey. Allá, el fútbol no ocupa portadas ni genera debates nacionales. Aquí, en cambio, desayunamos, almorzamos y cenamos hablando de fútbol. Y eso nos convierte en favoritos, pero también en los más presionados.

Que falte Marco Domínguez por lesión es lamentable, sí, pero no impresindible, ni que fuera Messi. Que algunos jugadores estén lejos de su mejor nivel, también es cierto, pero alguien más tiene que levantar la mano. No se puede seguir apostando a la esperanza. Se necesita acción, intensidad y compromiso.

Y por supuesto, también se necesita una afición que sepa criticar sin destruir. Los insultos que circulan en redes sociales reflejan la frustración colectiva, pero no ayudan a construir nada. La crítica debe ser firme, sí, pero también racional y argumentada. No es momento de incendiarlo todo, sino de exigir con fundamentos.

El objetivo es claro: avanzar a la siguiente ronda. Pero no se trata sólo de clasificar, sino de hacerlo con identidad. Que vuelva aquella presión alta que nos ilusionó contra México en el inicio de la era Tena. Que se recupere la confianza y la convicción. Que los jugadores entiendan que vestir la camiseta nacional no es una carga, sino un privilegio.

Porque el futuro está en juego, y no podemos seguir apostando con los ojos cerrados.